Por Guillermina Rizzo (*)
¿Coincidencia? ¿Empieza con “uno” y termina con “uno”? Fue el 11 de marzo la fecha en la que la Organización Mundial de la Salud declaraba la pandemia; días más tardes se decretaba el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio.
Si bien algunas ciudades y provincias cuentan con algunos “permisos”, en “AMBA” estamos próximos a lo que se considera “el pico”.
Este “encierro” que cada quince días se prorroga y vamos pasando por fases, es acompañado de distintos estados emocionales, legítimos y humanos; sin embargo ante la variedad de sucesos de distinta magnitud y de gravedad, pareciera que no es “oportuno” manifestarlos, o como decimos desde la Psicología “ponerlos en palabras”.
Entonces: ¿Qué hacemos con la angustia? ¿La reprimimos, silenciamos, ocultamos, minimizamos, negamos? ¿Hay una angustia más “justificada” que otra?
La angustia como concepto fue introducida por la Filosofía; Kierkeggard designa con ella la condición del hombre en el mundo, ya que está estrechamente relacionado con el provenir, con lo posible, con lo fututo.
Para Freud, y dicho brevemente, es una señal de alarma de un peligro interno; lo cierto es que al ser una palabra de origen latino su traducción en distintos idiomas conduce a que esté vinculada al concepto de ansiedad.
Claves para lograr una logenvidad saludable
No es casual entonces, que ante el aislamiento, ante la imposibilidad de compartir con “nuestros afectos”, con fuentes de trabajo que peligran y hasta se extinguen y con el coronavirus circulando, la angustia esté latente y se manifieste.
¡Bienvenida la angustia!
Es evidente y entendible que ante el escenario al que asistimos estemos angustiados, ya que es el “estado natural” que nos “indica” que algo puede acontecer y que nos ocasionaría dolor. La angustia refleja ese miedo a que algo malo suceda, es la “señal de alarma” a la que hacemos mención en Psicología.
El Covid-19 al ser “nuevo”, se torna impredecible, imprimiéndole a la situación gran incertidumbre, generando así un aumento en nuestra tensión psíquica que por momentos hasta nos desborda; es imposible transitar esta “setentena” sin experimentar angustia y consecuentemente ansiedad.
Vivimos en un sistema en el que personas administran, gestionan y gobiernan esta pandemia, entender que si acepto con madurez la decisiones sin ser rehén de ellas, que si logro “adueñarme” de las medidas para protegerme y proteger a los otros, la angustia irá menguando.
Manejar y hasta convivir con el enojo y la impotencia, desafiar nuestra capacidad de tolerancia son los retos a los que hoy nos enfrentamos; es esperable la angustia y es saludable manifestarla a través de las palabras, pues es la vía que habilita la forma de canalizarla.
Ninguna emoción debiera ser reprimida ni silenciada, difícil es mensurarlas; cada “angustia” es legítima para quien la siente, tal vez si cada uno en su pequeño mundo, en su realidad, se apropia de este “aislamiento” se conecta con sus deseos y logra realizar algo que origine una mínima dosis de placer, la angustia se irá disipando, la ansiedad irá disminuyendo y el padecimiento será menor.
(*)Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. Twitter/ @guillerizzo
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