Friday 26 de April de 2024
CUERPO & ALMA | 01-04-2012 12:53

Todos los caminos conducen a Roma

Una nueva historia de Carla York

Cuando era chica a mi mamá le encantaba contar su historia de amor con mi papá y a nosotras, mis 3 hermanas y yo, nos encantaba escucharla una y otra vez.

Mi parte favorita era obviamente la coyuntura dramática del relato, cuando se separaron y después él volvió a buscarla, arrepentido, al mejor estilo Reto al destino.

Hoy día a mis treinta y pico la historia me parece bastante simple e ingenua en comparación a la mía, dado que mi mamá tenía 17 cuando conoció a su amor y se casó a los 20 en un camino más parecido a una recta, en comparación al mío, sinuoso y llena de curvas.

Claro que a mis 20, ella insistía en encasillar y comparar constantemente mi historia con mi novio de entonces (y mis peleas con él) en el molde que ella tenía en su cabeza de cómo es una relación, su única relación. Hablamos entonces siempre de un mismo molde aplicable donde a medida que no se cumplían sus expectativas y yo iba cambiando de novio, su desconcierto se incrementaba.

A mis 20 años, yo también, al igual que ella, estaba de novia con mi primer amor. Pero a esa edad, en vez de soñar con irme de luna de miel a Mar Del Plata o Cordoba, yo me tomé un avión.

Mochila de 60 litros en espalda, una amiga compañera de aventuras, un pasaje destino a Londres, un novio llorando en Ezeiza, fueron el marco menos imaginado por ella. Aún así no mire atrás, y me fui, llena de dudas de qué encontraría al regresar, y de si mi novio me estaría esperando.

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El desconcierto de mi madre era más que desconcierto: era desilusión. Esa primogénita que en vez de atender a su novio y planificar una vida juntos, se encaminaba hacia Europa en busca de meses de aventura, amigos nuevos, y de donde regresaría bastante cambiada. Una perdida.

De todo ese viaje increíble, lo que más recuerdo es mi llegada a Roma. Frente a la Fontana Di Trevi, no pudimos evitar la tentación de cumplir con el ritual de todo turista y tirar la moneda al agua, con la promesa de volver a la ciudad remotamente sede del Imperio más grande de todos los tiempos.

“Prometo volver a Roma con un amor” -dije, y lancé la moneda a la fuente, sin detallar un nombre, como un comodín. Tirando la moneda, y mi suerte al azar.

En pocos días estaré en Roma otra vez.

Comiendo con mamá el otro domingo, inesperadamente me dijo: “Al final vas a cumplir tu promesa”.

Porque si bien pasaron más de una decena de hombres y años, cumpliré mi palabra de volver a la ciudad imperial, con un amor, con muchas millas recorridas juntas en el camino de regreso a Roma.

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