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CUERPO & ALMA | 12-05-2013 10:41

Blancanieves: la envidia y el mobbing

¿Por qué la reina envidia a Blancanieves? Simplemente porque la joven está ahí y cree que es una competencia. Entonces, no duda en acosarla e intentar hacerla desaparecer.

Meche Carreira*

Todos sabemos que la madrastra de la niña con la piel blanca como la nieve, el cabello negro como el ébano y los labios rojos como la sangre, es una mujer vanidosa, que no sólo necesita saberse hermosa sino tener la certeza de que es la más bella de su reino. La psicoanalista francesa Marie France Hirigoyen denomina a este tipo de personalidad un “perverso narcisista.” ¿Qué los caracteriza? Son hipersensibles a la crítica, a cualquier cuestionamiento y buscan incesantemente la adulación…. Paradójicamente, cuantos más halagos reciben peor se sienten, porque esas lisonjas jamás compensan el origen de su malestar: los profundos sentimientos de disconformidad que los habitan y les corroen el alma. “El silencio del envidioso está lleno de ruidos, escribió el poeta libanés” Khalil Gibran.

La madrastra en apariencia estima a Blancanieves; pero, la verdad es que no la quiere ni un poquito. Su desamor, celos y envidia (elementos centrales en los procesos de acoso psicológico) crecerán al mismo ritmo en que la niña se transforma en joven. Su narcisismo muy pronto la llevará a compararse y rivalizar con su hijastra, quien se convertirá en el objeto de su obsesión y en el objetivo de su acoso. Recordemos que para Napoleón Bonaparte, “la envidia es una declaración de inferioridad”.

La madrastra encarna la típica crisis que desencadena el mobbing, que se hace presente en el momento en que ella (el acosador) percibe que cerca suyo hay alguien que le puede hacer sombra, tal vez porque ha crecido (como en el cuento), o recibió un reconocimiemto, hizo las cosas de manera destacada, logró un buen resultado… (como en la vida real). Allí reside el núcleo del acoso. La sola presencia de este “alguien” (simplemente por estar ahi, ser quien es o ser como es) le provoca una incalculable miseria emocional. Así se origina ese empeño obsesivo que alienta a todos los que maltratan. Además, gracias al cuento descubrimos que este maltrato es considerado justo, porque se le adjudica a la víctima ser la causa de los males que padece el narcisista. Ella es la única culpable y por eso merece ser acosada y castigada, es el razonamiento del envidioso.

Siguiendo el hilo del relato, el acoso contra todas las “Blancanieves” suele irrumpir cuando éstas quitan el protagonismo a las “madrastras” (por lo general sin pretenderlo ni saberlo). A medida que la hija se aproxima a la madre, el subordinado al jefe, el discípulo al maestro, o la esposa al esposo, se hace más evidente la cercanía y la falta de diferenciación entre ellos. El que está por “arriba” por edad, cargo, experiencia, conocimientos… ya no es “único” y se incrementan las posibilidades de que los primeros sean el blanco de la antipatía y hostilidad, y que los segundos intenten eliminarlos de su entorno. Este proceso en el que se acortan las distancias entre las víctimas y sus agresores es esencial para entender el mobbing, porque el acosador siente la competencia y vislumbra la intolerable posibilidad de ser “destronado”.

El hostigador necesita acabar con la potencial amenaza como sea: la madrasta manda matar a si hijastra. Luego de que el cazador le entrega el “corazón” de la joven, la reina, una vez más, consulta al espejo:

“- ¿Quién es ahora la más bella?

- Sigue siendo Blancanieves, que ahora vive en el bosque en la casa de los enanitos…”

A continuación en el cuento se relatará el daño invisible que existe en el mobbing: el acoso psicológico constituye un verdadero asesinato silencioso que no deja huella aparente y que por eso quien lo perpetra se siente impune, según Heinz Leymann -pionero de la investigación y divulgación del mobbing-.

Es factible que el acosador se presente “camuflado” bajo el disfraz psicológico de alguien inofensivo, amable, pacífico, con una moral intachable, incluso puede mostrarse interesado en ayudar a su víctima. La madrastra se convierte en una indefensa anciana, tan pero tan buena que le ofrece una sabrosa manzana – la culpabilidad en nuestra cultura occidental-. Cuando la víctima muerde el “anzuelo de la culpabilidad”, se “paraliza” (Blancanieves quedó como muerta dice el cuento).

La parálisis típica de la víctima ante el mobbing deriva del modo enloquecedor con que actúa quien acosa: bajo apariencia de hacer el bien, lleva a su víctima a que se crea culpable de algo que existe sólo en la mente del primero. El acosador necesita para sus planes una víctima paralizada por la culpabilidad, ya que así, le será más simple victimizarla.

Este cuento narra de manera sugerente y perspicaz la forma en que se desencadena todo mobbing contra alguien: el sufrimiento psíquico de un narcisista, lo lleva a compararse de manera sistemática con todos los que lo rodean. La madrastra al mirarse en su espejo mágico pretende que éste le devuelva una imagen superior y perfecta con la que intenta disimular y compensar, mediante su apariencia exterior, su baja autoestima. “La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás, muestra cuánto se aburren”, pensaba el el filósofo alemán Arthur Schopenhauer en el siglo XIX.

Nuestra sociedad nos convierte a todos en potenciales narcisistas, porque nos invita a ser individualistas y competitivos. Debido a las pautas sociales reinantes, ya de pequeños somos impulsados a la competición y a intentar que nadie nos iguale y menos aún que nos supere. En algunas personas esto lleva inevitablemente a la rivalidad y la exacerbación de la envidia. Hay personas que depositan en la posibilidad de ser “únicos” su satisfacción existencial y su bienestar psicológico interno.

“El tema de la envidia es muy español – opinaba Jorge Luis Borges-. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: ‘Es envidiable’". Sin embargo, la felicidad está en comprometernos de lleno a vivir nuestra vida con nuestros dones y talentos, -en mirarnos y valorarnos- y no en mirar lo que otros hacen o dejan de hacer o tener.

¿Cómo nos llevamos con la envidia? ¿Dirige nuestra vida? ¿Nos impide ser feliz y celebrar los logros de quienes nos rodean? ¿Estamos obsesionadas con alguien que sentimos como una competencia? ¿Somos celosas? ¿Tenemos la autoestima baja? ¿Aceptamos las críticas? ¿Somos saludablemente competitivas?... Cada una busque en su corazón sus propias respuestas.

* Couch de Escritura y Coordinadora de los talleres “HABÍA UNA VEZ…”

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