Saturday 20 de April de 2024
CUERPO & ALMA | 04-05-2021 11:19

Cómo se puede sobrevivivir viviendo siempre al borde del estallido

Por Guillermina Rizzo.

Seguramente te pasó y sin dudas al momento de hacer trámites el “incidente” se repite. Generalmente no te dan respuesta o te dejan esperando con “esa musiquita” típica de “su llamada está siendo derivada”, mención especial si el cajero “se traga” tu tarjeta y tratamiento especial merecen las situaciones en ámbitos de trabajo, familiares o en la pareja.

Relatos salvajes lo muestra casi sin exageración, y en los tiempos que vivimos nadie está exento de un desborde o un ataque de ira. Cabe preguntarse si es posible controlar el enojo para evitar que se desencadene la ira y si se pueden reconstruir vínculos y proyectos en medio de un suelo erosionado. 

 La etimología de la palabra ira es muy rica, se relaciona con la iracundia, definida esta como propensión al enojo, cólera o ira, derivando el adjetivo iracundo y el vocablo irascibilidad. Contemplada dentro de los siete pecados capitales, una definición clásica hace referencia a la pasión del alma que provoca enojo o indignación, la nota distintiva es que dicha pasión rara vez reconoce límites; la violencia y la venganza son parte de los componentes esenciales y es el paso previo a la furia.  

La ira es cada vez más visible en tiempos en los que la paciencia se devalúa ante la exigencia del logro inmediato.

Una descripción somera de un terremoto estriba en una sacudida pasajera y brusca de la de la corteza terrestre producida por la liberación de energía acumulada; la ira opera casi de manera idéntica, pues un cúmulo de energía ligada a la frustración o la inseguridad irrumpe a través de agresiones verbales y en ocasiones físicas dejando en evidencia la pérdida de control de una situación. 

Si bien expresar el enojo en determinadas ocasiones se torna saludable, el dominio de la ira requiere de una reestructuración cognitiva, es decir comenzar a pensar de manera diferente, posicionarse desde otro lugar y mirar desde distintos ángulos, no es trivial proponerse contar hasta diez, respirar profundo y salir del lugar de la exageración, palabras tales como “siempre o nunca” no son las mejores aliadas.

Concebir ciertas problemáticas como fenómenos multicausales implica entender que determinadas situaciones pueden resolverse de múltiples formas. Aun cuando la bronca o la impotencia son justificadas es sabido que rara vez conducen a una solución, por el contrario las respuestas se encuentran y las puertas se abren cuando prevalece la lógica, la pausa y la reflexión. 

La ira corroe poco a poco el clima familiar, aniquila la motivación de los integrantes de un equipo de trabajo, impide el logro de objetivos y la concreción de proyectos; como un terremoto sacude, destruye, liberando rencor, frustración, inseguridad, dejando en evidencia cual falla geológica la debilidad del iracundo, quien a su paso va dejando fisuras en quienes lo rodean, sin advertir que quedará sumido en la soledad.  

Nada está perdido por completo cuando se toma conocimiento del problema, seguramente sobre las grietas que deja el paso de la ira y el desborde se pueda volver a sembrar, y algo podrá florecer si antes hubo lugar para la disculpa pertinente y la reparación oportuna.

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Guillermina Rizzo. Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. Twitter @guillerizzo

 

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