Por Dra. Guillermina Rizzo (*)
¡No lo puede negar! Siendo muy pequeño/a, tal vez por azar lo descubrió en su cuerpo y comenzó a explorarlo. Infaltable fue el grito de algún adulto advirtiendo: “¡Sacá la mano de ahí!”.
Experimentó placer, sorpresa, y luego, con los años llegarían las comparaciones respecto de forma y tamaño: muy sobresalido, como un botón, en forma de “c”, de “u”, como una almendra, profundo, hundido, como un pozo, alargado, o por qué no “casi perfecto”.
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El “pupo” denominado así en los primeros años, luego ombligo, es la primera cicatriz; recordatorio de ese tiempo que permaneció unido a quien le diera la vida. Pequeña marca en medio del vientre luego del primer corte, de la primera separación; rasgo perpetuo de lo que fuera el cordón umbilical.
¿Durante qué lapso el ser humano mira su propio ombligo? ¿Por qué algunos se sienten el ombligo del mundo?
Así como el ombligo tiene diversas formas también existen diferentes especímenes que sienten y actúan cual centro del cosmos. Solo alcanza con activar los sentidos para advertirlos ya que son fácilmente detectables.
Tramposo, ventajero, se destaca por sacar rédito de cualquier situación, aún del dolor ajeno, cual vampiro succiona energías y escala posiciones; si bien a simple vista “siempre cae parado”, dicha postura no permanece por mucho tiempo.
Si de centro del mundo se trata nunca falta el que se cree “astro rey”; su objetivo es llamar la atención de forma recurrente e intenta acaparar la atención de quienes lo rodean con el fin de eclipsar al resto.
El típico egoísta o egocéntrico, tan centrado en su propio orificio, jamás comparte; avaro por naturaleza nunca está en sus planes prestar dinero, pertenencias, dar algo de su tiempo y escatima hasta el afecto.
Mención especial merece un estilo fácilmente reconocible, sus alusiones están encabezadas por “Yo”. Arrogante y altivo, transita por la vida creyendo ser único y especial; requiere admiración excesiva puesto que se considera grandioso. Posee fantasías de éxito desmedido, se cree merecedor de tratamientos y cuidados especiales y carece de empatía, razones que lo conducen a explotar a los otros y a sentir envidia.
Tal vez por una postura inicial sumisa, con la que se camufla astutamente está al que denomino “parásito emocional”; tal como sucede en la interacción biológica una especie se beneficia y otra es perjudicada. Basta darle cabida para que se inicie el proceso de obtención de beneficios a expensas del esfuerzo y los recursos ajenos. Víctimas por naturaleza transitan por la vida manipulando tras su propio beneficio.
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Resulta difícil salir inmune de este “ejemplar”, mediante el sutil o deliberado chantaje, la disimulada o evidente manipulación, asumiendo posturas de demonio encubierto, se presentan cual mártir teniendo como única meta “salirse con la suya” y obtener lo que se propone.
No todo está perdido para quien se cree “el ombligo del mundo”, además de la ayuda terapéutica, es fundamental reconocer sus logros de manera justa sin hacer en adulaciones, trasmutar la competitividad en colaboración, destacar primeramente aspectos positivos para luego poder enunciarle críticas edificantes. Si bien es encantador a simple vista, es fundamental no rendirse a su merced y su juego, pues el riesgo estará asegurado como así también la posibilidad de quedar atrapado en la pelusa del ombligo.
(*) Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. | Twitter: @guillerizzo
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