Friday 29 de March de 2024
CUERPO & ALMA | 15-04-2018 10:00

Cuando de pérdidas se trata

Aceptarlas conlleva una serie de fases por las que no se transita de manera sucesiva.

Por Guillermina Rizzo*

Ana revuelve en su cartera: entre celular, cargador, billetera, agenda, chupete, pañuelos, encontrar las llaves se torna una misión imposible; al cabo de unos minutos, y de evocar a varios Santos, asume que las perdió.

Perder llaves, documentos, bienes, amigos, la pareja, un trabajo, un brazo, los padres o la peor y más terrible, un hijo, se inscriben entre las pérdidas a las que se enfrenta el ser humano; dicho suceso implica indefectiblemente un proceso, quien perdió un objeto tan insignificante como unas llaves o tan valioso como los afectos, la salud o un trabajo, sabe de qué se trata.

Mis queridos lectores, el tema de hoy es universal, nadie está exento; quien lo atraviesa se formula un sinfín de preguntas, interrogantes íntimos y únicos, por ende hoy no hay lugar para las preguntas habituales de estas columnas; las pérdidas duelen, atraviesan y marcan.

Según Elisabeth Kübler-Ross, psiquiatra suizo-estadounidense, asumir y aceptar una pérdida conlleva una serie de fases por las que no se transita de manera sucesiva, sino que se va de una a la otra, en ocasiones la persona puede estancarse en una de ellas, pasos necesarios para aprender y elaborar la pérdida.

La primera etapa es la de la negación, dicho mecanismo de defensa se pone de manifiesto para prorrogar el impacto de la noticia; “no puede ser cierto, debe haber un error” son las respuestas habituales; tregua entre pensamientos y realidad mitiga el primer impacto; invade un sentimiento de incredulidad del que se debe ir saliendo poco a poco.

Aunque el enojo es constante durante todo el duelo y cuando ya no es posible negar u ocultar la pérdida, el velo que negaba la realidad se corre y toma protagonismo la ira. ¿Cómo puede pasarme esto a mí? es la pregunta altisonante de esta etapa que se canaliza por medio de la rabia y la violencia hacia familiares y extraños, hacia objetos o hacia uno mismo; el dolor se reviste de resentimiento. El enojo temporal, debiera ser pasajero y necesario para procesar las emociones abrumadoras.

La etapa de la negociación es la más breve, ¿qué hubiera sucedido si…? permite ensayar respuestas, avizorar salidas y es el último esfuerzo para encontrar una vía de alivio a tanto dolor.

Luego de la pugna entre fantasía e intensa realidad, deviene la fase de la depresión, se comprende la pérdida de forma real y certera. Tristeza, miedo, incertidumbre, reflejan la atención centrada en el presente, pero el dolor permanece. Necesidad de dormir largas horas por agotamiento físico y mental y sentir que la depresión invade para siempre, acompañan esta etapa. Tal estado no es sinónimo de enfermedad mental, sino que su presencia posibilita salir de la depresión.

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Por último, es tiempo de culminar la pelea y hacer las paces con la pérdida. La aceptación permite hacer un acuerdo con el dolor y reconocer la realidad; el nuevo escenario y la frase “todo va estar bien” se despliegan y se encienden como señales del tiempo y el esfuerzo demandados. Con cansancio y debilidad, tras renunciar a una realidad a la que ya no es posible regresar, se comienzan a delinear los pasos hacia el futuro, a realizar un balance íntimo.

Evidentemente perder llaves o documentos se elabora a partir de la negación y el enojo por los inconvenientes que ocasiona, perder la salud, un trabajo o un ser querido implican vivenciar en tiempos tan únicos como personales, una ausencia.

No es cuestión de tiempo sino de lo que cada uno puede hacer en ese tiempo;  hay seres que según nuestra concepción, parten por adelantado, el duelo permite atesorar en nuestro interior momentos únicos y aprendizajes compartidos. De eso se trata.

(*) Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. | Twitter: @guillerizzo

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