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CUERPO & ALMA | 04-06-2012 00:52

Cenicienta, o el sacrificado deseo de agradar

Uno de los cuentos de hadas más conocido es el de la hermosa joven huérfana que es tratada con crueldad por la madrastra y sus hijas; pero finalmente le es reconocida su bondad. ¿Cuántas chicas se identificaban –identifican- con esa historia y era su cuento favorito? ¿Cómo releerlo en el siglo XXI?

Mercedes Carreira*

En La Cenicienta la protagonista es una doncella que duerme entre las cenizas, menospreciada y relegada. Esta historia tiene un sin fin de variantes y se halla en las culturas más dispares y lejanas. Pero, ¿dónde se originó? La versión más antigua se encontró en China, es del siglo IX. Al saber esto, ¿no sería bueno repensar el significado del zapatito? En esa época, era frecuente que las mujeres llevaran sus pies vendados, eran una manifestación extrema de la belleza femenina. Sin embargo, esos pequeños pies -considerados sumamente eróticos- las incapacitaban para caminar bien o trabajar; pero no podían rebelarse, sólo las jóvenes con pies pequeños tenía probabilidades de casarse… si habían soportado tanto dolor, serían una buena esposa, podrían sobrellevar la vida de casada, con las exigencias de su marido y de su suegra. La belleza, el agradar a otros -curiosamente-, estaba relacionada con el sufrimiento… y también con la incapacidad para caminar bien, no podían recorrer largos trayectos. Esa rara combinación de cualidades, se premiaba y destacaba con zapatos especiales y costosos. Detalle clave en el relato, de lo contrario, ¿cómo el príncipe reconocería a Cenicienta?

Dejemos de lado la versión azucarada de Disney, con sus pajaritos serviciales y simpáticos ratones. Los cuentos de hadas pueden ser “leídos” como metáforas de procesos psíquicos y emocionales. Cenicienta es una joven, víctima de las circunstancias -su madre falleció y su padre se casó con una mujer egoísta y superficial-, marcada por la pasividad y la aceptación. Al parecer, entre las cenizas, la joven tiene que aprender una lección: ¿tal vez ajustarse al ideal de “perfección” que todo lo tolera, y que le garantizará ser la única que calzará el diminuto zapatito? Prestemos atención a este símbolo. Los pies de las hermanastras, caprichosas, holgazanas, mandonas, etc., etc., son grandes, son feos, no calzarán en el zapatito; en una versión, en su desesperación para conseguirlo se cortan los dedos -otro sacrificio-.

¿Hay muchas Cenicientas? Sí, las hay famosas y desconocidas, todas conocemos a alguna. Whoopi Goldberg, es Celie en la película El color púrpura. Es una tímida joven negra a quien su padre la embaraza a los catorce años y la vende a un hombre que la maltrata física y psicológicamente. Él la esclaviza durante años y no importa cuánto ella hace, nunca es suficiente. Si bien Celie tiene un espíritu servicial y amoroso, “complace” porque no le queda más remedio -necesita sobrevivir-, pero sabe que es injusto; por eso, él no logra doblegarla. Celie consigue sobreponerse y cuenta con la ayuda de un “hada madrina”, la amante de su marido, que le hace ver lo valiosa que es. Celie finalmente puede tomar las riendas de su vida.

En la vida real, si Cenicienta se conforma con ser la víctima, anulará sus deseos y capacidades. Es erróneo pensar que “si complazco, no cuestiono o me postergo me van a querer más”, es probable que recibamos más… abusos e injusticias. Tal vez, parecería más “fácil” relegarse para mantener la “armonía” o porque a cambio se recibe simpatía, compasión, sustento; quizás nadie se siente amenazado, porque no se busca confrontar. Algunos hablan del “beneficio oculto” de ser víctima; pero creo que hay casos en que la autoestima de una mujer es muy, muy, muy baja y no cree ser merecedora de algo mejor.

Dejar de agradar a otros de manera compulsiva, de pretender “calzar” en moldes sociales y aprender a agradarnos a nosotras, es un gran desafío. Recordemos a Julia Roberts en Novia fugitiva intentando descubrir cómo le gustaban los huevos a ella, ése fue su primer paso para salir de “víctima” y de ser el blanco de bromas injustas. Para romper el círculo vicioso, hay que llevar el foco que está afuera hacia adentro. A veces, quizás sin darnos cuenta, hemos buscado calzar el “zapatito” en nuestro cerebro o en nuestro corazón. ¿Eso nos trajo felicidad? Para no quedar atrapadas en el vaivén de deseos o mandatos ajenos hay que arriesgarse, elegir y actuar libremente, y saber que, para bien o para mal, habrá consecuencias. La confianza y la autoestima juegan un papel fundamental para salir de ese capullo que exige tanto sacrificio.

Recordemos que el cuento original del siglo IX, asociaba belleza (interna y externa) con sufrir, complacer a otros y no quejarse. Esos pies diminutos eran el resultado de horas y días de usar vendas tirantes que limitaban la circulación de la sangre, impedían el crecimiento de los huesos, deformaban los dedos y, si el procedimiento estaba mal realizado, algunas niñas morían por infecciones. “Calzar” en el molde social implicaba mucho sufrimiento.

Estamos en el siglo XXI, sería bueno decir ¡chau, chau, a nuestra Cenicienta interna! Decidir sacarnos las vendas de los pies -basta de “me los vendaron”-, sentir el dolor de la sangre circular por ellos y aprender a dar pasos. Tal vez sean inestables al comienzo, pero luego podremos caminar con confianza por los caminos que elegimos, con la certeza que agradarnos a nosotras, les agradará a muchos.

* Coordinadora del Taller de Escritura Creativa y Autoconocimiento “Había una vez…”.

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