Thursday 18 de April de 2024
CUERPO & ALMA | 03-06-2012 00:23

El síndrome de la novia

Hace dos meses decidimos casarnos con mi novio, en pleno viaje por Italia. La noche de nuestro compromiso fue realmente fantástica y como se suele decir, soñada, en la bellísima Florencia, para luego pasar unos días en la Toscana en medio de la nada. Digamos que, no me puedo quejar para nada.

Por Carla York (*)

Ahora bien, nunca fui de las mujeres que sueñan con casarse, el vestido blanco y la fiesta. Ni siquiera despreciaba el tema, pero realmente no era algo que pareciera interesarme. Nunca quise tener fiesta de quince, ni coleccioné a escondidas fotos de vestidos de revistas, ni nada semejante.

Pero disfruté a pleno esa noche, mi anillo no me pareció un detalle sino el más lindo del mundo, y  de ahí en más, mi vida tomó un nuevo curso. Digamos que empecé a sufrir el famoso síndrome de la novia.

A pesar de tomarlo relajado, y empezando con la idea de “algo sencillo para los íntimos”, el evento comenzó a tomar magnitud con el correr de los días.

La simple pero no tan simple al fin coordinación entre iglesia y salón, las ofertas, los ambientadores, la oferta de quintas, diseñadoras, estancias, carruajes y wedding planners, es tan inmensa que para cualquier persona detallista es abrumadora.

De repente me vi a mi misma convertida en una auténtica pesadilla de corridas, circuitos y demás, aún con mis antecedentes.

La cantidad de oferta de servicios carísimos para hacer de tu casamiento “lo mejor” es tentadora. Quién no quiere hacer lo mejor posible en un día tan especial.

Comenzaron las discusiones sobre la lista de invitados, aquellos que son compromiso, aquellos que no, colores de flores, de arreglos, de velas  y demás.

Me ofrecieron un calendario de eventos con cronograma, reapareció gente a la que no le intereso para nada, me ofrecieron hasta aplicaciones digitales para novias, mi teléfono sonaba constantemente, y hasta me bajaron sin pedirlo una app en el teléfono donde te saltan alarmas para que no se te pasen determinadas cuestiones consideradas impostergables.

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Las novias somos un blanco de marketing, que poco se puede comparar con el blanco de la pureza.

Me propuse, finalmente, no caer en servicios carísimos que puedo hacer yo misma, o mi familia. Porque lo más interesa de todo el mega evento es, finalmente, que sea un recuerdo inolvidable y el inicio de una nueva etapa con mi pareja.

Lo que sí contraté a una de las mejores wedding planners. No escatimé en gastos.

Mi mamá.

(*) especial para Rouge

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