En el 2010 de la mano de los hipsters las barbas volvieron a ser tendencia. Pero más allá de la moda, tal vez pasajera, las barberías tienen un trasfondo más profundo que la imagen y lo vintage: son la respuesta a la necesidad de rescatar tradiciones que desaparecieron con el correr de los años.
Perfilando deseos
Fernando Elo del Salón Berlín, dueño de una de las barberías más renombradas en Argentina ubicada en el barrio porteño de Palermo, sostiene en diálogo con Télam que este tipo de negocio “creció como ningún otro en el mundo” y explica que se trata de un lugar al que los hombres pueden ir para tener tiempo para ellos.
En 1980 el sociólogo Ray Oldenburg afirmó que el ser humano, al tratarse de un ser social, necesita varios ámbitos en los que desenvolverse. El primero es la familia, luego el trabajo y el tercero es el que tiene que ver con la vida social, que puede ser un club, un bar o hasta una barbería.
Los papás de hoy
“La barbería es ese tercer lugar y para el hombre no hay muchos. Todo lo que hay acá es lo que somos, lo que nos gusta y lo que también nos gusta compartir con los que vienen”, consigna.
El fantasma y el reggaetón
A su vez, Nicolás, encargado del salón, explica que la barbería da a los clientes “la posibilidad de refugiarse” y confiesa que son muchos los que van simplemente a pasar un rato, sin necesidad de cortarse.
Pero ¿cuál es el secreto de un buen afeitado tradicional? El primer paso es usar toallas calientes para abrir los poros. Lo ideal es el calor seco por unos cinco minutos.
Luego, hay que esparcir la espuma, evitando que se seque porque actúa de forma que hace menos agresivo el corte de la navaja.
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Finalmente, la piel se debe estirar para permitir que la navaja se deslice de forma perfecta. Es recomendable usar la navaja a 30 grados para evitar cortes y una mayor precisión.
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