Por Guillermina Rizzo (*)
¿Cuántas situaciones supuso Usted, mi querido/a lector/a, en estos últimos días, meses?
¿Supuso que “ella” se postulaba a la presidencia y no a la vicepresidencia?
¿Supuso que su factura de gas iba a ser menor?
¿Supuso que la macreoconomía sería favorable y el dólar se iba a mantener?
¿Supuso que con sus magros ahorros o el aguinaldo iba a hacer la tan ansiada reforma o se iría de vacaciones este invierno?
¿Dio por sentado que su hija, su esposo, su suegra, su vecino, su amiga, su jefe, o quien quiera suponer, haría tal o cual cosa…?
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La lista de suposiciones podría ser extensa…
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Le propongo que haga el ejercicio de revisar aquellas situaciones precedidas por las siguientes palabras: presumir, asumir, presuponer, partir de la idea, dar porsentado y suponer…
Empoderada al fin
¿Cuántas veces se decepcionó porque supuso un determinado resultado? ¿Suponer se nutre de malos pensamientos? ¿Por qué suponemos?
Consciente e inconscientemente las personas hacen suposiciones y conjeturas.
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Cuando, a nivel mental se produce “un quiebre”, un espacio vacío por la falta de respuestas y significados, como gotas o cataratas surgen una tras otra las distintas “teorías” y supuestos.
De manera casi automática los pensamientos en torno a diversas situaciones se suceden obturando así un óptimo proceso de comunicación. Suponer que te agradaba, que vendrías, que entendías, que necesitabas, que preferías, que rebajaría, que aumentaría, que… reemplazan a los interrogantes y preguntas que
habilitan respuestas verdaderas, cubriendo un espacio vacío de significados o lo que es peor, con significados falsos o imaginarios.
Todos/as anhelamos sentirnos emocionalmente seguros/as y las suposiciones actúan como bálsamo reparador ante situaciones de inseguridad. Suponemos afecto, favores, aumentos, rebajas, goles, reconocimientos, gestos, palabras, que para sorpresa y decepción de quien “da por sentado”, tal vez nunca llegan.
Suponer y malinterpretar son las dos caras de la moneda, pues la ausencia de palabras, de respuestas, de gestos, “condimentadas” con ciertas emociones se convierten en certezas y verdades absolutas generadoras de conflictos.
¡Suponer es tarea de cómodos/as!
Elucubrar respuestas, imaginar mensajes, suponer escenarios y resultados implica asumir situaciones sin tomarse el trabajo de buscar “evidencias y pruebas” que refuten o apoyen tales suposiciones. El poder de la mente es infinito, el de las
presunciones también.
Carmen Rivera, doctora en Psicología de la Universidad Católica de Puerto Rico, afirmaba imperativamente en cada clase: “¡No supongan!" Invitaba a buscar respuestas; pues estaba convencida que en la mayoría de los casos las presunciones, subjetivas, plagadas de creencias y juicios no conducían a un buen resultado.
Dar por sentado aleja de la realidad o crea “mundos” que no existen como tales; acarrea decepciones y sufrimientos, imaginando conductas que los/as otros/as pueden llegar a cometer o están cometiendo.
Atreverse a preguntar, a cuestionar, a corroborar, habilitan nuevas formas de comunicación, diluye problemas y evita “las bolas de nieve”. Se requiere de voluntad, empeño, deseo, para registrar a los/as otros/as. Interesarse por el prójimo, dirigirle una pregunta, pareciera una práctica en extinción.
Suponer se convierte en ocasiones en el peor enemigo, entablar conversaciones con los/as destinarios/as indicados/as, aclarar dudas, es más saludable que las “conversaciones interiores” minadas de suposiciones. Suponer torna a los/as otros/as en seres invisibles, prescindibles.
¿Suponer que esta columna es muy leída? ¡Nunca! Por eso cada domingo vuelvo colmada de interrogantes para Usted.
(*) Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. Twitter/@guillerizzo
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