Como es habitual en este espacio, le propongo una serie de preguntas, máxime en pleno año de elecciones, tiempo en el que los/as ciudadanos/as debiéramos ser una especie de evaluadores/as y medir éxitos y fracasos, aciertos y errores.
¿Alto o bajo perfil? ¿Hasta dónde apreciamos las virtudes ajenas?
Mi querido/a lector/a, imagínese que está en un jardín muy florido… ¡Si! Ya sé que la primavera es un tanto lejana, sobre todo con estas temperaturas, pero intente transportarse…
¿Qué flores tiende a cortar? ¿La más crecida o esa que pasa desapercibida?
¿Usted es de aquellos/as que se destacan en algo? ¿Se ubica en el grupo de los/as que prefieren “no hacer olas” y pasar inadvertido/a? ¿Odiado/a o aceptado/a?
¿Valora las virtudes ajenas o le molestan?
Seguramente son muchas preguntas, pero estos interrogantes y otros, son los que se generan en torno a un mal que pareciera de estos tiempos, aunque sus primeras evidencias se remontan a las reflexiones de Heródoto y Aristóteles.
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Evidentemente esta cuestión o también contradicción que presentan algunas personas, que implica la incapacidad para apreciar, valorar y aceptar las virtudes del otro sin experimentar molestia, sucede desde la antigüedad.
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Tal vez Usted, está leyendo y piensa que “es envidia”, justificando que los celos o la animosidad siempre han existido; sin embargo, esta situación de “cascotear al árbol que da frutos” se la conoce como “síndrome de la alta exposición” o “síndrome de la amapola alta”.
Empoderada al fin
El término “síndrome de alta exposición”, fue acuñado en Australia, Irlanda, Nueva Zelanda y Reino Unido. Se lo emplea para describir un fenómeno cada vez más reiterado, y en “palabras de Wikipedia”, permite catalogar aquellas situaciones sociales en las que “personas con méritos genuinos son odiadas, criticadas o atacadas a causa de que sus habilidades o logros”; es decir “atacar a quien se distingue”.
De allí deriva la metáfora de la amapola, pues siempre se cortan las flores altas para que las más diminutas no “pierdan en la comparación”. Casi como una enfermedad, se pone el énfasis en derribar, cercenar, bloquear el paso, poner piedras en el camino, machacar sin piedad y hasta destruir a aquel/lla que es talentoso/a y destacado/a.
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¿Somos contradictorios/as? ¿Inseguridad disfrazada?
Tal vez Usted ha sido educado/a para sobresalir, con esfuerzo desarrolló sus talentos, pero lo que nadie le explicó en dicho proceso en el que el esfuerzo, la perseverancia y los sacrificios estuvieron presentes, que lejos de ser “el empleado del mes”, se convertiría en la persona más odiada y menos aceptada por sus pares. Simple: sus logros ponen en evidencia las limitaciones ajenas.
En escenarios políticos, deportivos, laborales, familiares, entre otros, cada vez es más frecuente la presencia del “síndrome de la alta exposición”; todo está “concebido y organizado” para que se mantenga el status quo.
¡Somos contradictorios/as! Por un lado, somos invitados/as a la superación constante, a descubrir talentos y cultivarlos cual amapolas; logrado el cometido vendrá la crítica, el menoscabo, el desprecio, la exclusión, como guadaña voraz que arrasa y condena al ostracismo. El mensaje, cada vez más explícito es, no hay que destacarse y permanecer en la mediocridad; no salirse de la media.
Habrá quienes opten por el bajo perfil, les/as aterroriza verse expuestos/as, temen desafiar lo establecido; habrá quienes cada vez en mayor soledad continúen destacándose, sobrellevando el rechazo y las críticas; y habrá muchos/as, muchísimos/as, con el único talento de no poder reconocer y valorar a los talentosos/as. Usted elige en qué lugar se quiere ubicar.
Guillermina Rizzo. Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. Twitter @guillerizzo
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