Friday 29 de March de 2024
CUERPO & ALMA | 03-12-2017 10:00

Del dengue a la mosquita muerta

Cómo actúan esas personas en la vida.

Por Guillermina Rizzo*.

Con los primeros calores resulta familiar decir, aunque cueste pronunciarlo, “Aedes aegyptidengue”, para muchos de nosotros se llama lisa y llanamente “dengue”; así nos ponemos manos a la obra y adquirimos repelentes, ponemos boca abajo recipientes para la recolección de agua, eliminamos botellas, bidones, neumáticos, las tapitas las separamos para la colecta, cepillamos el bebedero “del boby” y los más sofisticados, emulando novelas turcas, cubren con

tules las camas.

Convertido el problema del dengue y el mortal mosquito casi en una cruzada y como es habitual en este espacio cabe la pregunta: ¿Y las moscas?

Un recorrido por la Entomología nos explica las diferencias entre un mosquito y una mosca, los primeros a simple vista poseen cuerpo delgado, esbelto, patas largas y vuelo torpe, mientas que las moscas están dotadas de patas robustas, vuelo más rápido y aspecto rechoncho; ambos pertenecen a la familia de los dípteros, pero lo curioso de las moscas es que estas son capaces de hacer grandes acrobacias, andar patas arriba y se las encuentra en lugares inimaginables; la gran diferencia a grandes rasgos tal vez sea que la mosca chupa, succiona y el mosquito pica.

Mi querido lector no desestime la lectura pues solo es información para comprender el actuar de una especie tan milenaria como cotidiana y, a la que muy a mi pesar denomino en femenino: el síndrome de la “mosquita muerta”, aclarando enfáticamente que se da en hombres y mujeres.

¡A preparar el repelente! Estas personas cual insecto parasitario de apariencia pequeña e inocua esconde una capacidad aniquiladora y hace estragos en todo lo cultivado: amigos, pareja, familia, trabajo y diversos grupos. Pululan contaminando espacios, crecen y se desarrollan sobre el cuerpo del otro de manera sutil aprovechándose de la confianza, el afecto y los espacios concedidos.

Si bien al momento de lograr objetivos posee la misma voracidad que el típico trepador, la diferencia radica que en su aspecto pareciera incapaz de hacerle daño a sus semejantes, ya que bajo la simpatía y la apariencia casi angelical son muy hábiles en detectar “dónde mejor calienta el sol”.

Comedida y obsecuente maneja el arte de la expresión desplegando susurros al momento del consuelo o carcajadas estruendosas que la convierten en el alma de la fiesta; cayendo siempre bien parada.

Lamentablemente no existe un repelente emocional para esparcirlo por el aire, rociar la ropa para evitar el contacto, menos aún una vacuna, sí les puedo decir que con un poco de atención es fácil detectarla, pues los expertos ya han elaborado un perfil.

Las conductas van desde intentar causar buena impresión en los círculos que frecuenta hasta formular promesas para ganarse la aprobación que luego no cumple; las actitudes oscilan entre hacerse la distraída y la clásica de “hacerse la tonta”; las respuestas  habituales son: “no sé, no me di cuenta, me olvidé, lo iba a hacer pero…” y cuando queda en evidencia sus frases típicas son: “no

fue premeditado y no fue mi intención”.

Obviamente es fácil prevenir cuando ya se conoce el modus operandi, pero cuando transcurrido un tiempo en el que se comparte afecto, confianza, espacios, advierten que cual mosca revoloteando se torna molesta e intrusiva, porque su objetivo siempre es ir por más, hay distintas opciones, una de ellas es hacérselo notar pero la respuesta será “no fue mi intención”, una muy adecuada es fijar límites para evitar la intromisión, y si el síntoma se agrava no se automedique, consulte a un profesional y confíe en el ecosistema: es esperable que una especie más grande la termine devorando.

(*) Dra. en Psicología. Columnista en medios de comunicación. | Twitter: @guillerizzo

Galería de imágenes

Comentarios