Tuesday 23 de April de 2024
CUERPO & ALMA | 13-11-2016 10:00

No sé, pero me opongo

Anteponer el “no” enmascara una patología.

Si de perros se trata podemos afirmar que existen multiplicidad de razas, para todos los gustos y necesidades. El Setter Inglés se caracteriza por estar dotado de un olfato muy fino; quien ha tenido un Fox Terrier tal vez no pueda enumerar la cantidad de hoyos cavados en el jardín; el Chow Chow es una mezcla entre oso de peluche y león melenudo; nunca pasa desapercibido el Rottweiler que intimida, ni la cara de hipopótamo cubiertas de arrugas del Shar Pei.

También existe Teodoro, perro de raza desconocida que a juzgar por su aspecto podría ser “callejero”, el can en cuestión obviamente no es vegetariano, resultando un buen guardián para el huerto de su amo: pues no come ni deja comer. ¿Oponerse a todo y a todos es una forma de relación? ¿Anteponer el “no” enmascara una patología? ¿El oposicionista contradice a tal punto de sostener los propios errores?

El Diccionario de la Real Academia Española define al vocablo “oponer” con varias acepciones, algunas de ellas son: “contradecir un designio; poner algo contra otra cosa para impedir o entorpecer su efecto…”; en definitiva, son acciones precedidas por una negación.

Es sabido que entre las primeras palabras que aprende a pronunciar un niño encabezan la lista “mamá y papá” pues el empeño puesto por los progenitores para lograr ser identificados como tales es nodal. Luego, a medida que el niño comienza gatear y dar sus primeros pasos, el sonido que más oye es la sílaba no: “no toques, no corras, no grites…”; si bien es cierto que a lo largo de su crecimiento esta palabra le produce fascinación, esta fase suele iniciarse sobre el año y medio y dura hasta bien pasados los tres, siendo dicha oposición normal y evolutiva, ya que está transitando por un período de autoafirmación y de búsqueda de poder.

Contrariamente cuando las conductas negativistas, desafiantes, desobedientes y sobre todo hostiles y necias se perpetúan y reiteran estamos en presencia de un trastorno mental definido como tal en el Manual de Diagnóstico Estadístico de las Enfermedades Mentales (DSMIV), lo padecen tanto niños como adultos afectando la vida social, alterando las relaciones familiares, obstaculizando el desempeño escolar y el laboral.

Reaccionar con rebeldía en contra de cualquier persona con cierta autoridad, desconocer cómo manejar las rabietas y la ira, desobedecer en la niñez y adolescencia, oponerse a toda propuesta son las notas distintivas y, contextos familiares y sociales en los que los límites están ausentes y no hay un tiempo para la explicación que abona la capacidad de discernimiento entre “el sí y el no” son las condiciones para “criar un oposicionista”.

Un adulto cual perro de hortelano que no hace ni deja hacer se gestó en escenarios hostiles y hasta indiferentes, donde sus necesidades no fueron registradas, lo que lo convierte en crítico acérrimos que descalifica permanentemente las ideas ajenas y tal como dice el refrán dedica su vida “a arrojarle piedras al árbol que da frutos”; a su vez desprecia invitaciones, transita por la vida emanando un aire de superioridad intentando ocultar su baja autoestima y la competencia desleal en la que siempre incurre; la necedad le impide ver el valor de los otros y también de las circunstancias.

Pero no todo está perdido, y cuando existe el deseo de cambio la salida se avizora, tratamientos farmacológicos y terapias psicológicas auguran buenos resultados, aunque en ocasiones y tal como expresara Roberto Fantanorrosa “El necio no sabrá apreciar ni el sabor de una flor ni el olor de una fruta”.

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