Thursday 28 de March de 2024
CUERPO & ALMA | 25-09-2016 10:00

Tu etiqueta me condena

Las neurociencias a través de investigaciones demuestran cómo los apodos calan profundo en la red neuronal.

Por Dra. Guillermina Rizzo

Pedro es catalogado por su “mala onda” cuando en realidad es intelectualmente brillante y deja atónito a más de uno con sus juicios y opiniones; Ana es la oveja negra de la familia, se dedica a la música contradiciendo el mandato familiar en el que todos sus hermanos son abogados; Lola es la “complicada” en su equipo de trabajo por ser eficiente y altamente calificada; Sofía, erguida sobre su metro ochenta de altura y coronada con rulos colorados es tildada de “come hombres…”. ¿La mirada de los otros condiciona la vida individual? ¿Ser destinatario de una etiqueta implica actuar de acuerdo a la misma? ¿Debajo de un rótulo se esconden intenciones discriminatorias?

Torpe, enana, vago, “chorra”, buchón, ídolo, “groso”, mufa… son parte de una interminable lista de alias, apodos o etiquetas, en su mayoría con connotaciones negativas que van configurando la vida de muchas personas.

Lejos de reducir o simplificar la cuestión, así como a primera vista confiamos que detrás del frasco de dulce se encuentra dicho producto, de igual manera las etiquetas ubican a una persona en un lugar, la define y sobre todo la califica. Un “letrero” es una construcción lingüística, una carta de presentación y hasta de identificación, y en tanto rotulan a algo o a alguien organiza la experiencia y la vida social, generando como efecto que eso es objetivo y verdadero.

Asignadas en ocasiones desde el seno materno cuando el no nato ya es movedizo, luego desde la cuna por los miembros de la familia, por la escuela o por alguno que se considera “creativo”, está comprobado que cuanto más significativos y cercanos son los “autores” de la etiqueta, mayor posibilidad hay de identificarse y de ejercer influencia en la autoimagen del destinario, máxime si tienen un sentido negativo. Las neurociencias a través de investigaciones demuestran cómo los apodos calan profundo en la red neuronal, puesto que cada experiencia es registrada por dicha red impactando y modificando la constitución del sistema nervioso.

Lindo, fea, bueno, malo, tonta son motes que, en el afán por simplificar, comparar, describir y discriminar, se constituyen en “cédulas de identidad” a veces momentáneas y otras estipuladas de por vida, que adjudican características y valores a una persona. Generalmente los “fabricantes de etiquetas” lejos de dimensionar el mal que ocasionan esconden bajo su “ingenio” envidia, inseguridad, miedo y baja autoestima.

A veces heredadas dentro del entorno familia y, en ocasiones construidas en otros grupos de pertenencia, las etiquetas van moldeando la personalidad, así, resulta nodal destacar la influencia que las mismas tienen en el proceso de construcción de la identidad, puesto que dicho proceso involucra la autoestima, la autoimagen, la valoración de nosotros mismos y lo que los otros reportan acerca de cómo nos ven.

Etiquetas que se reiteran y se sostienen en el tiempo obran como golpes emocionales difíciles de sobrellevar, reflexionar acerca del impacto y el valor que tienen ciertos mensajes es un acto de responsabilidad; las palabras y el tono de ciertos enunciados son ladrillos emocionales que determinan la construcción de una persona. Con el mismo talento con el que se convirtió en “chica Almodóvar” Rossy de Palma supo sobrellevar con la frente en alto la etiqueta de “la actriz más fea Hollywood”, si bien algunos tienen la fortaleza para desestimar o superar el poder social de un rótulo, otros quedan presos de las creencias y miradas de los demás condicionando así el devenir de su proyecto vital.

Twitter: @guillerizzo

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