Friday 29 de March de 2024
CUERPO & ALMA | 23-01-2016 09:20

La noticia más importante de mi vida

Un partido de fútbol interrumpido por una mujer que quiere comunicar algo.

Nicolás José Isola*

Miércoles 3 de junio, 23 horas, tirado en el sillón del living, tuiteando alguna banalidad maridada con un partido soporífero de la Copa Libertadores: River contra no sé quién. Aparece mi mujer: “Tengo una noticia para darte”.

Peligrosa introducción: Guillermina acostumbra interrumpir sin prólogo a los relatores de fútbol. Pienso: pasó algo importante. Algo fuera de lo normal. Lo fuera de lo normal es o muy lindo o muy feo. Milésimas de segundos de silencio. Años en mi cuerpo.

Me apuñaló sin piedad alguna con una sonrisa virginal, nueva, y una verdad nunca antes escuchada: “¡Estoy embarazada!”.

Empieza a llorar como una niña. Luego como una madre. A partir de allí, el abrazo de la fiesta, la música por dentro, el agradecimiento infinito a Dios, la alegría que emerge como un manantial… el abismo.

Como una prestidigitadora, la vida empieza a jugar con los sentimientos, los deseos y las memorias. Van de aquí para allá, llevándolo a uno centrípetamente a su eje fundamental: un centro totalmente desconocido quince segundos atrás. Un viaje velocísimo hacia lo más lejano: lo profundo, las napas de la existencia, algo que queda mucho más lejos que Plutón… allí donde brota la vida más fecunda y genuina.

Un salto triple mortal: pasar de ser uno mismo, a que haya algo en este mundo que sea también uno mismo pero esté por fuera del propio cuerpo.

Tu vida latiendo fuera de tu vida… pero mucho más inserta en tu vida que vos mismo en la tuya. Una locura inexplicable. Carne de tu carne en otra carne.

A partir de ese instante la dimensión “lugar” es la de la distancia que me separe de ese nuevo cuerpo. Ahora en verdad estoy conectado: soy el router de alguien.

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Así, una cuestión sin la menor relevancia en la historia de la humanidad, quebró mi existencia como cuando de chico con un pelotazo destrocé una estatuilla única del Quijote que estaba en la biblioteca de mi casa.

La vida: ese evento irreparable, esa encomienda que me llega, estalla y me reúne al mismo tiempo, en una dinámica a la cual soy transportado por primera vez. El segundo hijo será otra fiesta… pero en el lenguaje binario el cambio de 0 a 1 es abismal.

Pasaron algunos días. Escuché fascinado esa locomotora que es el latido de un ser humano a las seis semanas de ser concebido. Oí mi propio latido amplificado en modo estéreo: un eco de mi ansiedad en ese tren a todo vapor de 160 pulsaciones por minuto. Me enteré allí —en ese solo de percusión— que midiendo un centímetro, ya latimos. Un centímetro. Lo escribo. No lo entiendo.

Desde entonces, germina lentamente el brotecito en el seno de la mujer que amo.

Sin prisa pero sin pausa va tejiéndose —con una minuciosidad de filigrana— el milagro insondable de la vida. Vislumbro que la mía cambió para siempre.

Jueves 21 de enero, 8.18 h nació Mateo. A partir de ese momento soy con esa nueva vida. Como aquella porción de mercurio con la que jugaba de niño cuando se rompía el termómetro Franklin que la separaba y se unía, una y otra vez... esas dos partes que somos, misteriosamente, siempre nos encontraremos.

Ahora el mercurio del router de mi corazón de hombre está emitiendo mi señal, latiendo un poco aquí en mi cuerpo, y también un poco allí… en esa carne propia —pero indómita— que son los hijos.

* Filófoso y doctor en Ciencias Sociales @NicoJoseIsola

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