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ACTUALIDAD | 20-08-2015 10:59

La importancia de la natación desde los primeros meses

Por qué ese medio es tan beneficioso para los bebés y los niños.

Por Magdalena y Martha Sanz (*)

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Un bebé de diez días flota en el agua boca arriba, sostenido solo por una mano debajo de su cabeza. No tiene movimientos agitados. En el agua, todo es tranquilidad, porque él la conoce y la habita desde su vida anterior al nacimiento.

Cuando un bebé nace dedica todo su ser a poder vivir. Una manera de acompañarlo es ofrecerle el agua, el entorno que fue su primera cuna. ¿Qué mejor manera de recrear aquel bienestar que permitirle estar con su cuerpo sumergido, abrazado por agua templada y en contacto con el cuerpo de su madre?

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Apoyada su cabeza en el pecho que lo alimenta recibe los latidos de ese corazón que marcó el pulso de sus días hasta hoy. En la vida de un bebé, el agua no es una ruptura de su ritmo sino un regreso a su entorno original.

Los bebés están muy preparados para el medio acuático: el agua contiene al bebé, le da matices de información corporal y emocional tan importantes que determinan en mucho el bienestar de su adaptación al mundo fuera del vientre de su madre.

El agua lo estimula a través del contacto con su piel y sus otros sentidos. Esto le produce un gran placer y alegría. Aunque su cuerpo sea pequeño y necesite protección, también necesita experiencias, oportunidades, juego. Por el simple hecho de vivir e interactuar con el mundo, el bebé —luego niño— desarrollará la motricidad que le va a permitir sentarse, gatear, caminar, saltar, correr, andar en bicicleta.

Si su entorno cubre sus necesidades corporales y afectivas, el acceso a estas actividades y juegos estará dado, en mayor o menor medida, en su casa y con la familia. Luego vendrán las guarderías, los jardines maternales y la escolaridad.

Al agua, en cambio, llegará solo si sus padres lo acompañan y comparten, con su presencia permanente, su tiempo de exploración, experiencias y aprendizaje. Al agua no tendrá acceso si no hay un adulto que se la ofrezca, lo guíe y lo sostenga hasta que pueda lograr independencia. Acceder deriva de acercarse, y esta es, justamente, nuestra propuesta.

Muchos adultos creen que el agua comienza en las escuelas de natación, en las vacaciones, en los clubes o en las piscinas. Reflexionemos: ¿qué lugar ocupa el agua en nuestra vida? ¿La disfrutamos siempre o solamente en alguna estación del año? El agua está a nuestro alcance en la vida cotidiana, y el acercamiento de los niños a ella puede comenzar haciendo del baño diario un momento de intimidad, calma, relajación y juego.

Detengámonos a observar cómo son nuestros bebés, qué necesitan, qué pueden hacer y especialmente, qué disfrutan. Veremos que su mayor placer está en una bañera llena de agua tibia y junto a un adulto. No es necesario más que tener el ánimo de aprender cuál es la mejor manera de estar allí con el bebé.

Uno de los objetivos de este libro es ampliar la visión sobre lo que puede brindar este momento diario, y cómo puede ir evolucionando junto con las necesidades de cada edad. Por supuesto, siempre procuraremos evitarle los riesgos, pero no las experiencias. Un día llegará el «agua grande», la piscina, y podrá mirar y ver el gran espejo. Aun estando en ella la conocerá poco a poco.

Observemos un niño sentado en una colchoneta que flota cerca de mamá o papá. Está con el agua, en el agua. Nadie lo sostiene, está sentado, el agua sube y cubre la colchoneta. Intenta agarrarla, se le escapa. Golpea el agua, chapotea, el agua salta y le moja la cara. Siente la sorpresa de ese contacto. Quiere sacar el agua que sube, la saca, pero el agua vuelve, siempre vuelve. Si se acuesta, le moja la panza. Si apoya la boca, la puede sorber. Si la sopla, se vuela o hace burbujas. Aparece un balde, y el agua se deja hacer cosas. Ahora es él quien maneja el agua. La vuelca, la hace lluvia, se ducha, toma un poco, la trasvasa y vuelve a llenar el balde. Y todo recomienza. Prueba con los juguetes que están sobre la colchoneta o los que flotan alrededor. Estos se quedan quietos, se dejan agarrar. Las pelotas, en cambio, ruedan, bajan al agua y flotan. Él las sigue y se sumerge. De pronto es todo agua, burbujas, y enseguida aparece la cara de mamá, sonriente. «¡Hola, nadador! ¿Fuiste abajo?» Sabe que la colchoneta flota pero que si él entra al agua se sumerge, y decide cuándo y cómo quiere hacerlo. Mamá lo llama, él se sienta y se inclina con sus brazos extendidos hacia las manos que lo esperan.

Luego vendrá el momento de pararse, caminar y hasta bailar haciendo equilibrio sobre la colchoneta. Un día aparece flotando en el agua un camino de colchonetas: es una invitación a gatear, correr y saltar. El agua le trae también la posibilidad de conocer su cuerpo en el aire. Corre y salta al agua, a los brazos de mamá o papá que ahora lo esperan mucho más lejos.

A los bebés y niños les encanta la sensación de ingravidez de la flotación libre. Sumergirse a sacar juguetes los convierte en buceadores. Encontrarse con sus papás bajo el agua les devuelve papás diferentes. Pasar por entre aros y juguetes sumergidos, escuchar el silencio en la inmersión, son experiencias que se dan solo en el agua.

Si a esto se agrega la capacidad de movimientos y traslación que pueden alcanzar, tendremos niños que desarrollaron sus capacidades y su fantasía en función de la seguridad acuática, acompañados por sus padres. Lo que nunca deja de sorprender es cómo se desarrolla en ellos la observación o la comunicación con la expresión del rostro y del gesto corporal, o a través de la palabra, hasta que, por fin, llega la independencia acuática.

En este camino se construye gradual y sutilmente un potencial que lo acompañará por el resto de su vida: sentirse hábil y competente... el «yo puedo».

Autoras de El Agua en la Infancia, de ediciones Urano

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