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MODA | 11-03-2015 07:18

Chanel se puso un bistró

La nueva fantasía de Chanel. Delantales de tweed y carteras con forma de plato fueron algunas de las claves de su desfile.

Después de la manifestación callejera, del supermercado, del museo de arte y del avión, entre las inesperadas puestas en escena de Karl Lagerfeld para las presentaciones de sus colecciones, el Grand Palais de París se convirtió en una brasserie francesa con aires de belle epoque.

Un paisaje perfecto para las miles de instantáneas instagrameadas y compartidas en vivo a través de las redes sociales. Al invierno 2015-2016 propuesto por Chanel no le faltó visibilidad.

Con el paso de las temporadas, Karl ha logrado generar una gran expectativa acerca del concepto que definirá la pasarela. Arte dicen que es. Sin embargo, habría que preguntarse cuánto importa el entorno cuando lo esencial es la ropa. Porque cada una de las prendas presentadas en la brasserie o el supermercado serán meses más tarde colgadas en percheros de las tiendas de la firma y allí en los probadores no habrá restaurante ni mozos para contextualizar la compra.

¿Vale la pena gastar una fortuna en una escenografía perfecta para un show que dura veinte minutos como máximo? Ya sabemos que a Chanel no le importa demasiado. La mejor respuesta quizás sea el valor agregado que la puesta viene a aportar al concepto global de la colección, si es conducente o si simplemente es un adorno superfluo. El museo, por ejemplo, vino a poner de manifiesto la relación entre moda y arte; el supermercado fue una reivindicación de la ropa de entrecasa, mientras que la manifestación fue el upgrade de la revolución de la comodidad.

La brasserie, en cambio, no parece sumar ni aportar nada, salvo quizás la atención puesta en el pret a porter diurno. Pero lo cierto es que la colección bien podría haber sido sobre una clásica pasarela, en un zoológico o en una ferretería. Hermosa, sí, pero vacía de sentido.

Tenemos que diferenciar, entonces, la puesta en escena de la colección en sí. Sobre las prendas primero hay que decir que criticar Chanel es casi de ignorante: los diseños, la confección, los tejidos, las terminaciones y los detalles, todo en el universo de Karl Lagerfeld es un alarde de perfección. Una perfección en el hacer que, en este caso, no propuso nada nuevo, que fue un mix de tendencias ya vistas en otras pasarelas: deportivo, pieles, mix & match, flecos. Nada nuevo bajo el sol del kaíser. Él mismo dijo que su pretensión era que las prendas se vean ponibles y hasta sin gracia. Si esa era la intención, entonces sí, logró su objetivo.

Chaquetas y polleras acolchadas en géneros pesados muy ochentas, faldas símil delantales sobre pantalones con puños, apliques de tul con efecto 3D, faldas tubo a medio camino entre las rodillas y los talones, cinturones con medallones tipo gitana y un gran vestido abrigo de flecos más parecido a una gallina que a una pieza de Chanel. Y lo peor de todo: un clásico bolso de la firma transformado en dos platos encimados y estampados con el nombre del restaurante: Brasserie Gabrielle.

Lo más lindo del desfile de acuerdo con todas las críticas de moda del mundo fueron los zapatos bicolor con talón descubierto y un hermoso y cómodo taco de azafata. Un sueño: el accesorio que hizo valer la pena todo el desfile y muchas clientas ya reservaron aunque les falte seis meses para salir a la venta.

Cara Delevingne y Kendall Jenner fueron las estrellas de la pasarela y de la barra cuando después de sus pasadas se sentaron a coquetear con los camareros.

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