Cachagua, a dos horas de Santiago de Chile, es un pueblo muy sencillo, con calles de tierra, bañado por el Pacífico. Allí recalan surfistas que no les temen a las olas feroces, de agua helada. En este mismo pueblo se encuentra esta encantadora casa de los años 70, refugio de vacaciones de un matrimonio de holandeses: Valesca, decoradora; su marido, empresario, y sus dos hijos.
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Hace siete años que se mudaron a esta cómoda casa, montada sobre pilotes de madera. Una casa de madera con techo revestido de coirón, un pasto típico de la zona que se usa para tapar el techo de zinc y amortiguar el ruido de la lluvia. “Son las casas tradicionales de Cachagua, de las cuales desgraciadamente cada vez van quedando menos. Tiene cinco dormitorios y tres baños, eso suena grande pero la casa es pequeña y muy llevable. No me gustaría tener una casa enorme que me cause más trabajo que descanso...”, explica la dueña de casa.
“La ambientación esuna mezcla de muebles y objetos que provienen de otras vidas, de otras casas. Como decimos en Chile, en casa de herrero, cuchillo de palo. Básicamente pusimos los muebles que teníamos. No me gustan las casas demasiado decoradas. Me gusta que se vean como puestas a través del tiempo. Tiene que haber cosas heredadas, regaladas, cosas feas y cosas lindas. Es la combinación y la mezcla lo que le da pátina a un lugar y lo hace acogedor. Queremos que sea una casa donde todos puedan llegar, donde los perros duermen sobre el sofá (de ahí el chal tejido; desgraciadamente, ¡a uno de los perros de gusta dormir debajo del chal!). Me gusta el color y el estampado, la mezcla imperfecta”.
Valesca considera que la casa es un work in progress, y que hay un listado de cosas que le gustaría hacer pero nada es tan importante como para quitarle el sueño. “Uff, tantas cosas, pero a la vez nada. Tengo un listado que voy actualizando cada vez que voy y está lleno de cosas como copas de champagne o papeleros para el baño.
El alma del hogar: cómo decorar con amor
Nada importante o esencial. La casa es muy cómoda, podemos recibir a nuestros amigos, y gozamos haciéndolo. A nuestros hijos les encanta venir, se desconectan y desaparecen a la playa. Tenemos mucha suerte de poder venir acá”, remata.
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“Nos gustó el jardín, que está protegido del viento, y también nos gustó el tamaño, bastante grande, que nos permitía invitar también a amigos”, dice Valesca.
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Texto: Inés Campodónico.
Fotos: Javiera Robles / surpressagency.com
Nota publicada en el suplemento Home del diario PERFIL
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