Thursday 18 de April de 2024
DECO | 20-08-2013 10:07

El último bastión de Las Cañitas

A su manera, combate en soledad contra molinos de viento y dulces ofertas inmobiliarias. Sus zarpazos defienden con parsimonia la tradición de una casa que vio mutar el barrio. Las fotos.

Son las seis de la mañana y las cortinas ceden frente a las primeras embestidas del sol. En un instante, la casa se enciende como una antorcha y alumbra el barrio con su antigua luz de guía. Los gallos del living señalan la hora indicada. A su alrededor, las cosas parecen predestinadas como en una fábula.

Los sillones celestes, como hermanos enfrentados durante medio siglo (de reuniones familiares y otras non sanctas), se disputan el amor de una mesa central de copetín. En su obsesión, ambos se armaron de los almohadones más cálidos del mercado actual (Hecho en Telar), acaso los únicos aptos para sentarse en la vanguardia de sus filas.

En la retaguardia, con la visión panorámica que otorga la experiencia, los ejércitos se reparten dos butacas antiguas tapizadas en jackard y dos sillones ingleses en raso de algodón, uno de los cuales (quizás siempre el mismo) fue patrimonio histórico de la abuela en sus visitas. Las demás ubicaciones, complételas el lector con las figuras de su imaginación. ¿Qué tendrá de especial una mesa para ser trofeo, preguntará, además de un Backgammon marroquí, libros de arte y pastilleros de plata? Las obsesiones, diremos, no tienen explicación.

Marcando los confines del terreno belicoso, un antiguo biombo de Chile, con dibujos egipcios, anticipa el resto de las salas. Eludiendo el comedor, el visitante puede enganchar hacia su izquierda y avanzar por la escalera de madera, crujiendo los peldaños y dejando atrás cuadros del antiguo Montevideo, un kilim de Estambul y una hamaca salteña de terciopelo. Ya en el primer piso, la moquette celeste se extiende unificando el cuarto de estar, la suite matrimonial y la habitación de “las chicas”, mientras que los últimos pasos nos conducen a la mítica buhardilla, refugio y escondite errante de los hijos varones. Todo parece indicar que la casa, como núcleo de la familia que congrega, es un vientre.

Los mismos nietos de la patrona la llaman “Casa Ma”, en franca e intuitiva dedicatoria a la cabeza del árbol genealógico. Cuenta otra historia que, a una hora sagrada de un día incierto, una hermosa niña de cinco años se desplomó súbitamente frente a la puerta de calle. El día anterior a esa última caminata, ese ángel había anunciado que la Virgen María vendría a buscarla. La misma Virgen que  se encuentra inmaculada entre cerámicas en el portal de la casa, como un seno imantado en el vientre invisible de Las Cañitas.

Así, esta casa, tal hogar, también se presenta como una suerte de alma máter del barrio, imbricada en ese punto muerto entre Belgrano y Palermo, radio fantasmal tomado por edificios militares y que, paradojas, alguna vez albergara a la hinchada de Excursionistas.

Hoy, aquel lugar con algo de conventillo, es una llama en extinción, una orfandad en  manos de vedettes, paseadoras de caniches. Eso sí, queda, afortunadamente, la memoria. Y el espíritu quijotesco que confiere a esta casa que resiste en soledad, agazapada, y poniendo un estruendoso grito en el cielo.

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Textos e informe: Juan Cox.

Fotos: Néstor Grassi.

Agradecimiento: Hecho en Telar

Nota publicada en el suplemento Home del diario PERFIL.

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