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CUERPO & ALMA | 14-10-2012 09:57

El príncipe rana o la aceptación del amor erótico

¿Qué tiene para decirnos una rana hechizada y una princesa malcriada? Que atreverse a experimentar lo erótico instintivo permite la aceptación de nuestros aspectos animales y la madurez emocional.

Por Mercedes Carreira (*)

¿Cuántas veces hemos leído o escuchado cuentos que nos hacen sentir valientes, tristes, asustados o nos inspiran y nos sentimos seguros y audaces? Otras veces, estas historias nos impulsan a hacernos preguntas sobre lo que sentimos o creemos o sobre nuestra existencia.

¿Por qué ocurre esto? Los personajes de los cuentos representan lo que se denomina “arquetipos” (formas de encarar la acción y, al mismo tiempo, imágenes y emociones). La rana desea ser amada, aceptada; la princesa tiene que dejar de ser una niña caprichosa, aprender lo que significa haber dado su palabra, para convertirse en mujer, el rey impone los límites y estable lo justo, todos ellos son arquetipos que reflejan emociones y conductas comunes a todos los seres humanos. Sin embargo, en un mismo cuento, cada lector descubrirá una enseñanza distinta. Cada uno debe enfrentar distintos dragones y luchar contra ciertas emociones.

¿Qué nos plantea El príncipe rana? Entre los distintos hilos de la trama se destaca uno, un mensaje a las jóvenes: animarse a acceder a lo erótico instintivo, a lo sexual. La aceptación, la integración, del aspecto instintivo-animal, permite disfrutar el sexo. Soy una princesa, sí, pero soy carnal y tengo deseos. Soy una princesa, sí, pero ya no soy una niña, ahora mi sexualidad despierta…, ¿qué hago con ella?, ¿cómo la encauzo saludablemente? ¿cómo respondo a los avances del varón? A mediados del siglo pasado, la película La princesa que quería vivir mostraba un arquetipo de ingenuidad y pureza y la rana-periodista la “respetaba”, así creían las jóvenes que funcionaba la vida.

Pero los cuentos tradicionales no se andan con remilgos ni pintan de rosa la realidad. El

príncipe rana le pide a la princesa que lo lleve a su cama, ella le dice que sí pero luego siente repulsión. En esta historia se enfrenta el erotismo instintivo vs. el amor cortés. Pensemos que El príncipe rana se contaba cuando las novelas de caballería, con la exaltación de los amores platónicos, estaban en auge.

Bruno Bettelheim –psicoanalista junguiano que se dedicó a investigar los símbolos en

los cuentos de hadas-, sostiene que el mensaje de los cuentos del ciclo animal-novio era

que “para que la unión fuera feliz, la mujer debía superar su disgusto hacia el sexo y su

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naturaleza animal” y que “sólo el amor podía transformar en relación humana”.

La travesía del héroe (heroína en este caso) es el largo viaje hacia el encuentro con

ella misma, un ir hacia el encuentro de todos sus aspectos, incluso aquellos reprimidos,

oscuros, que la atemorizan, como la sexualidad plena y madura. Cuando la princesa

aprende a amar a la rana, por quien sentía tanto rechazo, se despierta al poder del

amor humano escondido en su forma erótica animal (y, por lo tanto, imperfecta) pero

auténtica. Este “despertar” le permite relacionarse y aceptar el componente erótico de

su deseo inconsciente y reprimido. El último verso de un poema de Oliverio Girondo "se

rehuye, se evaden, se entregan”, manifiesta el devenir del conflicto interno. Mediante esta

maduración emocional, la princesa se redime, y redime la imagen interna que tiene de lo

masculino. Confía en su amor, lo descubre como algo que fusiona espíritu y naturaleza en

el mejor sentido de ambas palabras.

Clarisa Pinkola Estés, psicóloga junguiana, considera que los cuentos tradicionales

son como vitaminas para el alma, y pueden ayudar a despertar nuestra vida interior

aletargada, ellos nos ayudan a conectarnos con el conocimiento propio que cada uno

posee en su interior. La madurez emocional no aborda la realidad con falsos cristales de

colores, la madurez emocional implica ser capaz de aceptar la realidad de las personas

(empezando por uno) y cosas tal cual son.

Si tenemos una relación de pareja desastrosa, en la que hay más desencuentro de los cuerpos que encuentro, en donde la pasión, el deseo, el erotismo o la sensualidad no fluyen, podemos consolarnos diciéndonos que seguramente elegimos mal y que no volverá a repetirse. Pero si esta situación de fracasos se reitera, algo anda mal con nuestro inconsciente que nos arrastra a relaciones incomprensibles y dolorosas. ¿En qué nos ayuda leer estos cuentos? Sus historias apuntan al inconsciente y el material inconsciente permite mantener una actitud consciente en un equilibrio saludable, es decir, tienen una función sanadora.

La biografía personal de cada lectora va a determinar cómo interpretará el cuento y los

sentimientos que le surjan, la ayudarán a solucionar algunos conflictos internos que

probablemente permanecían silenciosos en su interior. Mientras tanto, leer a Oliverio

Girondo que hace poesía con lo instintivo erótico, descarnada y carnalmente, también es

sanador:

Se miran, se presienten, se desean,

se acarician, se besan, se desnudan,

se respiran, se acuestan, se olfatean,

se penetran, se chupan, se demudan,

se adormecen, se despiertan, se iluminan,

se codician, se palpan, se fascinan,

se mastican, se gustan, se babean,

se confunden, se acoplan, se disgregan,

se aletargan, fallecen, se reintegran,

se distienden, se enarcan, se menean,

se retuercen, se estiran, se caldean,

se estrangulan, se aprietan se estremecen,

se tantean, se juntan, desfallecen,

se repelen, se enervan, se apetecen,

se acometen, se enlazan, se entrechocan,

se agazapan, se apresan, se dislocan,

se perforan, se incrustan, se acribillan,

se remachan, se injertan, se atornillan,

se desmayan, reviven, resplandecen,

se contemplan, se inflaman, se enloquecen,

se derriten, se sueldan, se calcinan,

se desgarran, se muerden, se asesinan,

resucitan, se buscan, se refriegan,

se rehuyen, se evaden, y se entregan.

(*) Coordinadora del Taller de Escritura Creativa y Autoconocimiento "Había una vez…".

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