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CUERPO & ALMA | 11-03-2012 11:06

Mudanza, por Carla York

Objetos, recuerdos, olores, tiempos que se van y etapas nuevas.

En mi última mudanza empecé a recorrer los mercados de pulgas en busca de muebles antiguos. Encontré por casualidad en unos cajones un par de cartas de amantes de 1924, unos viejos escarpines tejidos a mano y un cuaderno de colegio de los 70s.

Recorrer, tocar, sentir esos muebles que fueron usados por completos extraños. Aroma a viejo, a gastado, a vidas completas. Vidas que se terminaron, amores que concluyeron, ciclos que finalizaron. Olor a fin.

Sin ir más lejos, aún sin ir a casos de antaño, en toda pequeña mudanza hay un

intercambio de objetos.

Objetos que se acumularon en una época, aspirando a tener un destino puntual, terminan en una baulera o en una bolsa de consorcio o, en una feria.

Otros se atesoran, año tras año, a pesar de los cambios.

Creo que los objetos son más que simplemente cosas inanimadas; soy del grupo de gente que sin mucha base científica cree que las vivencias se inscriben en los objetos. Así como elegimos personas, las cosas alrededor nuestro se van cargando de un significado que con el tiempo podemos querer desterrar o no.

En mi última mudanza, entonces, tuve que elegir: así como uno elige encarar una nueva etapa en su vida, seleccioné qué cosas conservar, y qué cosas no.

De la misma manera decidí donar gran parte de la ropa que ya no usaba. Aunque

mucha de ella podría ser reciclada, hay prendas que ya cumplieron su ciclo para mí, aún

estando nuevas.

También vendí y regalé algunos muebles que significaron y marcaron una época. Se

llevan la impronta de vivencias inolvidables (para bien y para mal) en los pliegues de la madera.

Como los duelos, y los recuerdos, uno debe decidir qué cosas va a seguir acarreando consigo, qué cosas es mejor dejarlas archivadas en el último estante más que al alcance de la mano y qué cosas ya no deben formar parte.

No es necesario ir cargando recuerdos tan de cerca. Con saber que están guardados, o

que sucedieron, es más que suficiente.

La energía que se siente tras desprenderse de tales objetos y cosas, es la de aires nuevos.

De la misma manera que los objetos, uno deja en el camino a algunas personas que ya no son importantes para la vida de uno, o que lo serán siempre, pero que ya no suman, para hacerle lugar a nuevas.

Cartas, muebles, prendas, objetos.

Personas que ya no están. Personas que se fueron y otras que decidieron dejarse ir.

Seleccionar lo que sirve y lo que no: tarea tan crítica, muchas veces minimizada, como la cuidadosa elección de las personas de las que uno debe rodearse y de las que debe alejarse, para hacer de la propia vida una cada vez más plena y más cerca de lo que uno siempre quiso para sí mismo.

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