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CUERPO & ALMA | 19-02-2012 15:55

Buscando desesperadamente a Laura

La historia de cada semana, por Carla York

Laura tiene 34 años y podría confundirse fácilmente con una modelo de agencia. De hecho, lo suelen hacer. Alta, flaca, bella, de grandes ojos claros y sonrisa luminosa, lo que menos le interesa a Laura es justamente el modelaje publicitario.

Graduada en honores de la facultad de medicina de la Universidad de Buenos Aires, recibió una beca en el exterior por una tesis que presentó ni bien terminó la universidad, y decidió volver al país a los pocos años a pesar de que la paga no era muy tentadora.

Investigadora ferviente, curiosa imparable, comenzó a indagar en otros cuerpos teóricos para complementar su propia visión del mundo, a sabiendas de que siempre una sola teoría es un recorte muy pequeño de la inasible realidad.

Hizo cursos de Tao, filosofía y psicoanálisis. Estudió historia del arte, teología y neuropsicología cognitiva.

Con menos de 35 años se volvió una referente muy respetada en el ámbito académico y también fuera de el. Sus colegas le auguraban un futuro brillante. Sin embargo, Laura no podía más que sentirse constantemente insatisfecha y solitaria.

Su imparable sed por saber y sentir que algo le faltaba para ser perfecta, derivó en un cuadro obsesivo, el cual la llevó al agotamiento primero, y luego a los ataques de pánico. Derivada a psicoterapia, Laura comenzó a darse cuenta que la única búsqueda que ahora le faltaba era la de su propio deseo.

Pasó tanto tiempo ocupada en ser la mujer que siempre sintió que debía ser, que sus 30 y pico la encontraron con la sensación de haber corrido una maratón interminable para ningún público.

¿Qué es el éxito? Una medida construida socialmente pero a la vez, un parámetro personal e individual. En el caso de Laura, el agobio de haber sido siempre vista como una persona con capacidades excepcionales a las que debía rendirle culto para brindar algo a la sociedad, la había llevado a tomarse muy en serio el trabajo de comprender el mundo, excluyéndose a si misma de él.

En la difícil tarea de ser lo que el Otro siempre había querido, se encontró sin saber lo que quería ella misma para su vida, con el adicional de sentir que ya era tarde.

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Por eso fue rara una de las recomendaciones de su nuevo terapeuta: ni discos de meditación ni respiración. La propuesta era clara, específica y bizarra.

Hace dos viernes Laura salió del instituto de investigación con un bolso deportivo, su viejo mallot y una colita de pelo rosa.

Llegó a la cita, se olvidó de todo y empezó a moverse, desconfiada, entre esas señoras entradas en años y carnes que la recibieron con recelo. También prestó atención a los dos muchachos que se escondían en un rincón de los otros y de si mismos.

- “Seguro dijeron que iban a futbol” pensó para sus adentros.

Donde menos estaban en una cancha: estaban en una pista de baile.

Sin mirarse al espejo para ver qué perfectos movimientos era capaz de hacer, Laura se entregó al ritmo de la música brasilera, de la danza jazz y del reggaeton, pasando por la salsa y el candombe. Extendiendo las puntas de sus pies y sus manos, saltando, exhalando, asiendo la libertad de poder ser aquello que nunca había logrado. Ridícula, bizarra y sin destacarse por encima de nadie, más que por sus movimientos asimétricos.

Sintiendo en cada paso que podría comenzar de nuevo, en otro lugar, a ser cualquier cosa, volviendo el tiempo atrás, asiendo a la niña que dejó en el camino.

Contrarrestando su intensa actividad intelectual y su neurosis obsesiva con un contrapeso físico, entre tanta gente con vidas muy diferentes a la de ella pero a la vez también subsumidos en una fantasía: la de ser la bailarina de Fama o una vedette en el Maipo. O en el caso de Laura, del Teatro Colón.

Dedicado a V.

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