Wednesday 24 de April de 2024
ACTUALIDAD | 29-01-2012 13:10

Historia de una mujer separada

Carla York y la vida de Andrea, una mujer que tuvo que reinventarse a los 31.

Andrea tiene 31 años y se separó hace aproximadamente 1 año y medio. Luego de una boda soñada en cómodas cuotas a sus 25 años, la relación fue transformándose en un debe y haber constante hasta que todo concluyó cuando Andrea lo descubrió engañándola con la recepcionista de su trabajo y no quiso mirar a otro lado, como algunas amigas le habían aconsejado.

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Andrea entró en una depresión, cuestionándose sus ideas del amor para toda la vida, acompañada de ropa oscura, baja de peso y encierro de clausura.

El ciclo colapsó en agosto pasado, cuando arrastrada por su grupo de amigas, se fue de viaje al mejor estilo Julia Roberts y volvió con aires renovados.

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Agosto la encontró iniciando una nueva era: la de relaciones sin compromiso, algo totalmente nuevo para ella.

Encontrar ese punto en el que podía decir “Si, estoy muy bien sola” y era absolutamente la pura verdad, la hacía sentir plena, sin ganas de mirar atrás. Ya no consistía en una pose defensiva de autoconvencimiento.

Así lo explicaba Andrea: “Un sábado salís con uno, teatro con otro un jueves, viernes para tus amigos, cero expectativas con nada”.

Liberarse de las estructuras bajo las que la habían educado, sobre como era la receta para ser feliz, se sentía ahora un alivio, dándose cuenta de que se había casado siendo muy inmadura.

Una mente básica la podría haber catalogado de fácil, pero lejos de jerarquías morales, su idea era pasarla bien sin descartar el amor para el fututo.

Con la mayoría de sus amigas casadas o en pareja, tener “planes” que no incluyeran un pote de helado y una peli de dvd alquilada un sábado a la noche, era un buen cambio.

Sus amigos hombres la criticaban por frívola y muchos, en secreto, la tildaban de “gato”, aunque con un dejo de lascivia; incluso aquellos que hacían exactamente lo mismo a mayor escala, pero que al ser hombres se sentían completamente legitimados socialmente.

Sus amigas mujeres se dividían en varios grupos; las que la criticaban por superficial, por andar “chongueando”; las que la felicitaban y envidiaban sin decirlo; y las intimas amigas que sabían que todo el experimento no tenía mas que un efecto curativo.

Un chongo es una palabra que puede resultar desagradable para muchos, pero en el caso de Andrea, era una experiencia que traía aparejada una cura del alma.

Cada cena en un restaurante, la hacía sentir valiosa.

Cada caricia de un desconocido la hacía sentir hermosa y deseada. Cada llamado o sms la hacía divertirse, y si llegaban varios de diferentes remitentes, se sentía codiciada.

Porque lo que un hombre solo no le había podido dar, ella lo recibía dividido en varios “proveedores”, dividiendo el efecto.

Ahora se sentía valiosa, deseada y codiciada, habiendo recuperado en cada uno de esos hombres insignificantes, una parte de si misma que había perdido. Y aprendiendo por primera vez en su vida que, nunca más le daría a nadie el poder de hacerle creer que era poco.

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